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- Staff
- septiembre 17, 2025
- Columnas Columnistas
Por Ivette Estrada
La languidez y desconexión laboral, el corazón de la gran renuncia silenciosa, puede revertirse y llenar cada acción en transformación, pasión y sentido. La clave es encontrar una meta.
Si. Un proyecto que nos regrese el sentido de nuestras acciones, que nos de certezas de que trabajamos en algo trascendental e importante, que nos recuerde quienes somos realmente. Porque el ser implica autoconocimiento y el despliegue de nuestras capacidades y dones.
Pero este principio de transformación radical y disfrute se contrapone a una realidad: los objetivos se abandonan porque no estamos entusiasmados con el trabajo. Queremos ser la persona que logra, no la que se empeña en generar un resultado. Invisibilizamos procesos, sólo queremos acceder a una imagen superficial de reconocimiento y triunfo.
La percepción de logro en una sociedad superficial y consumista se centra en metas y no en el camino, en estereotipos de lo que debe ser la vida, la felicidad, el trabajo. Se desdeña el proceso y la escalera de aprendizaje.
¿Cómo recuperamos el entusiasmo por hacer el trabajo? Con tener tres grandes metas a la vez, dividir la gran meta en objetivos pequeños, celebrar las propias realizaciones y activar nuestra imaginación.
Comúnmente asumimos que debemos tener un solo objetivo a la vez, pero en realidad requerimos tres para evitar fluctuaciones en el entusiasmo. Cada tarea debe desplegar autoaprendizaje y crecimiento. Pero la diversificación controlada importa. Lo recomendable es “cazar” tres metas al unísono, no más para no desperdigar recursos, pero asegurar que se tiene suficiente variedad para no aburrirnos.
Ahora, cada acción en la consecución de una meta debe representar un peldaño lleno de certezas y aprendizajes. Y esto merece nuestro reconocimiento. La voz interna que grita entusiasmada ¡lo lograste!.
La autovalidación es más trascendental que el juicio de los otros. Pero paradójicamente “olvidamos” felicitarnos a nosotros mismos por los triunfos cotidianas. Los invisibilizamos. No nos detenemos a pensar que momento a momento somos mejores y multiplicamos destrezas.
Y cada logro se celebra. A veces basta beber un vaso de agua con una rodaja de limón despacio, con la determinación que es un premio por generar tal tarea. La vida debe ser hedonista, el trabajo es el pretexto para activar el autoreconocimiento.
No somos “máquinas de trabajo”, pero es nuestra capacidad de transformación y el amor lo que le da sentido a la vida.
Y una pregunta crucial de la motivación es develar; ¡Por qué hago esto, que fin más grande que yo mismo persigo? Y entonces, casi inadvertidamente, una pequeña llama se enciende y guía. Ya despertamos la motivación para hacer.