- May 27, 2025
- Updated 3:46 pm
HORAS EXTRAS
Por Daniel Lee Vargas
Dirían por ahí, “cada quien jala agua a su molino”, y es que partidos y los sindicatos magisteriales libran una guerra de poder donde la educación es el rehén y el alumnado, el gran sacrificado. No es una metáfora: ocho millones de niños sin clases, una capital paralizada por la CNTE, un SNTE al servicio de Morena aceitando su maquinaria clientelar para influir en la elección judicial, y un sistema educativo que se desploma bajo el peso de la corrupción política y sindical.
Sí, estimado lector: La ecuación es brutalmente sencilla: cuando el magisterio se convierte en botín, la educación deja de ser derecho y se vuelve moneda de cambio.
Y vayamos atrás para darle contexto con datos que nos permitirán tener una mejor perspectiva de lo que digo. Por primera vez desde 1921, la matrícula escolar en México no crece: hay 1.5 millones de alumnos menos que en 2018. El gasto federal cayó de 3.5% a 3.2% del PIB, y con él se desplomaron los compromisos más básicos con la niñez: 25,000 escuelas de tiempo completo cerradas, 3.5 millones de niños marginados sin comida caliente ni horario extendido, y unos nuevos libros de texto que, lejos de educar, predican ideología disfrazada de pedagogía.
Los resultados son catastróficos. Según la prueba PISA 2022, México retrocedió una década. Solo el 1% de los jóvenes puede distinguir un hecho de una opinión y apenas el 2% es capaz de resolver una regla de tres. La educación ya no es un ascensor social: apenas el 9% de los hijos de padres con primaria llega a la universidad.
Este colapso, hay que entenderlo, no es casual: es estructural y tiene raíces profundas en el pacto político-sindical que se ha renovado cada sexenio desde los años veinte. El Estado mexicano, en su necesidad de gobernabilidad, entregó la escuela pública a la lógica del control político. Desde la creación del SNTE en 1943 se consolidó una estructura de cogobierno donde el sindicato tiene poder de veto, controla plazas, ascensos y salarios. El maestro dejó de ser un profesional y se convirtió en un soldado electoral.
Reformas ha habido, sí. Algunas intentaron romper este ciclo. El presidente Salinas creó la Carrera Magisterial, pero el SNTE la capturó. Peña Nieto fue más lejos: blindó la reforma educativa con el Pacto por México, creó el Servicio Profesional Docente y el INEE. Por primera vez, el ingreso, el ascenso y el salario dependían del mérito y no del padrinazgo. Los resultados fueron claros: mejor enseñanza, mayor cobertura y menor movilización clientelar. La CNTE, sin acceso al privilegio, perdió fuerza en las calles.
Pero Morena prefirió restaurar el viejo pacto. En 2019, desmontó la reforma, devolvió el control del magisterio al SNTE y a la CNTE, aniquiló la meritocracia y desmanteló la evaluación, y con ello, reinstaló una estructura corporativa que administra la ignorancia con fines políticos. Hoy, el SNTE se presenta como “el ejército intelectual de la 4T”, reclutando maestros no para enseñar, sino para militar. La CNTE, por su parte, bloquea calles, chantajea gobiernos y reclama privilegios a punta de plantones, sin que nadie les pida rendición de cuentas.
Lo que estamos presenciando no es un problema educativo: es una crisis de poder, de captura institucional, de una república que ha renunciado a formar ciudadanos para seguir fabricando clientelas. La educación pública ha sido colonizada. No por el mercado, como alegan algunos, sino por la ambición de los caudillos sindicales y la complicidad de los gobiernos.
Salir de este abismo exige una ruptura frontal con el sistema de dominación sindical. Es imprescindible restaurar un servicio profesional docente basado en el mérito y no en la lealtad política. Es urgente reconstruir las instituciones evaluadoras que garanticen calidad, equidad y rendición de cuentas. Y es vital liberar al magisterio de sus caciques, para que los docentes puedan ejercer su vocación sin subordinación ni coacción.
Si no rompemos ese pacto maldito, la escuela seguirá hundida. Y con ella, la posibilidad de construir un país donde la cuna no determine el destino. La educación no puede ser rehén de los intereses del partido ni de los sindicatos: debe ser el motor de una república libre, justa e igualitaria. O, usted qué opina…. Hasta la próxima…